lunes, 9 de septiembre de 2013

No es tan fácil ir al cine en China



Mi relación con los festivales de cine es relativamente reciente. Antes de entrar a la universidad acudía a los cines comerciales que en su mayoría están invadidos de películas hollywoodenses.

Fue gracias a mi profesor de Economía Política que me enteré que cada año se realizaba la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México.

Con la primera a la que fui bastó para quedarme enganchada, no solamente al festival sino al cine en general, especialmente a todo aquel que tuviera una propuesta diferente a la de Hollywood.

Y tan embelesada quedé, que a veces no entraba a las clases por ir al cineclub que había en las distintas facultades de Ciudad Universitaria de la UNAM. 

Anteriormente iba al cine para sociabilizar, pero desde que descubrí la Muestra y los cineclub me daba lo mismo ir sola o acompañada, lo disfrutaba igual.

En ocasiones me iba a los maratones de cine que comenzaban al mediodía y terminaban casi a la medianoche, podía verme tres películas en un día sin problema.

Ya fuera desde mi casa, la escuela o el trabajo, me las apañaba para ir a ver una película. Muchas veces llegué barriéndome a la función, con el corazón agitado, pero una vez sentada frente a la gran pantalla y con las luces apagadas, el mundo exterior dejaba de existir para mí. 

"El cine es mejor que la vida", decía el historiador y crítico Emilio García Riera. Me identifiqué tanto con esta frase.  

El cine ha sido una de las cosas que más he extrañado en China. En cuatro años, sólo he ido al cine comercial en tres ocasiones por dos razones: la primera y más importante es que mi chino mandarín es de supervivencia, no me da para entender una película, y la segunda es que es carísimo, comparado con el de México.

Una película de producción nacional cuesta aproximadamente 80 yuanes (160 pesos), una cinta extranjera cerca de 120 yuanes (240 pesos) y un filme en pantalla Imax hasta 140 yuanes (280 pesos)

Como verán, tengo que recurrir a Internet o al intercambio de películas entre extranjeros, aunque eso significa sacrificar la imagen al tamaño de mi laptop, nada como la magia que se produce en la pantalla grande.

Por eso, cuando las embajadas de los países hispanohablantes en Beijing organizan ciclos de cine, hago lo posible para verlos, aunque tenga que cruzarme la ciudad, pues vivo en el oeste, alejada de la zona más dinámica en cuanto a entretenimiento se refiere.

Hace unos días, por ejemplo, para ser exactos el 5 de septiembre, se inauguró en Beijing la cuarta edición del Festival Brapeq de Cine Brasileño en China, que este año se presenta con diez propuestas.

Este Festival es organizado por Brapeq, un grupo de brasileños que constantemente está realizando diferentes actividades para promover su cultura. 

Algunos de los brasileños que forman parte de Brapeq
 

Durante cuatro años, Brapeq ha trabajado duro para seleccionar los filmes, conseguir copias autorizadas para exhibirlas en China, buscar patrocinadores y sedes para su proyección, difundir el festival, subtitular las películas al inglés y chino mandarín y, encima de todo, lidiar con la censura del gobierno chino.

Con todo y esto, el Festival ha sido posible desde hace cuatro años.

Este año, la programación muestra el Brasil urbano, contemporáneo, pero también el histórico y cosmopolita a través de la ficción, el documental y la animación.

En palabras de Ana María Bosni, la directora artística del Festival y una apreciada amiga, "el programa reúne no sólo las películas más vistas y recientes, sino aquellas que más reflejan la pasión del realizador, que generan una respuesta significativa en el público y consiguen una gran proyección a nivel internacional y una excelencia estética".

El festival de cine brasileño arrancó con la cinta "Gonzaga-de pai para filho", del realizador Breno Silveira, quien dijo sentirse contento por haber inaugurado el programa.


"Estaba temeroso, porque cuando presentas tu película fuera del país nunca sabes si a la gente le gustará, es difícil de saber y estaba muy nervioso, pero ahora estoy contento de ver que la cinta llega a otras partes del mundo, es increíble", me expresó en una entrevista que le hice al finalizar la función.

Con el cineasta brasileño Breno Silveira



Basada en un hecho real, "Gonzaga-de pai para filho" aborda la relación conflictiva y distante de un padre y su hijo, Gonzaga y Gonzaguinha, dos grandes leyendas de la música en Brasil.

"No sé por qué en el fondo hablo sobre el mismo tema en mis trabajos, siempre la historia del padre y el hijo, hasta mi padre me lo pregunta, pero yo no sé por qué”, me comentó el también realizador de "2 Filhos de Francisco" y "Era Uma Vez...".

Desde que se originó como idea, "Gonzaga-de pai para filho" tardó siete años en llegar a la pantalla, entre otras cosas porque llevó tiempo recaudar los fondos para recrear varias épocas históricas del país, y porque requirió de un arduo proceso para seleccionar a los protagonistas.

Así que les recomiendo ampliamente esta cinta que logró conmoverme profundamente porque, nos guste o no, todos hemos tenido conflictos con los padres en algún momento.

Y mientras disfruto del cine brasileño, me voy preparando para el ciclo de cine argentino organizado por la embajada de Argentina. En esta ocasión, desfilarán producciones recientes premiadas en festivales nacionales e internacionales. ¿Ustedes gustan?


Si se animan, el ciclo se presentará en el Instituto Cervantes de Beijing, del 6 de septiembre al 5 de octubre. Allá nos vemos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La cuenta regresiva

A 70 días de mi regreso a México

Todo tiene un final y mi estancia en China se está extinguiendo. A pesar de que tengo la oportunidad de quedarme otros años más, he decidido regresar a casa después de cuatro. Motivos hay muchos, pero este espacio no es para hablar de ellos, sino para expresar lo duro que está siendo decir adiós a este país que se ha convertido en mi segundo hogar.

China no es para todo el mundo. Hay extranjeros que regresan a sus países a los pocos meses de haber llegado, porque simplemente no logran entender o adaptarse a esta cultura que para muchos es completamente diferente a todo lo que han experimentado. Pero quien decide quedarse es porque está dispuesto a abrir los sentidos para dejar fluir todo lo que tiene que fluir.

A pesar de que faltan dos meses para mi partida, me duele perder cada día que pasa porque sé que estos momentos son únicos e irrepetibles.

Cuando dejé México necesitaba abrazar una nueva tierra y hacerme de nuevos amigos, amigos que con el tiempo llegaron a convertirse en mi familia, sólo que a diferencia de mis consanguíneos a los que sé que volveré a ver, a mi familia adoptiva nadie me lo garantiza, porque cada miembro vive en diferentes países.

La mayoría de los extranjeros que vienen a China están aquí sólo de paso. He despedido a tantos amigos y dado la bienvenida a otros más. Coincidimos sólo en este tiempo y en este espacio. Aunque sé que visitaré a más de uno y también a más de uno recibiré en México, nunca más volveremos a estar todos reunidos. 

Y como escribir y captar imágenes es una forma de atrapar el tiempo, iré plasmando mis últimos días en Beijing. 

Este domingo, por ejemplo, fue un día especial, como muchos que China me ha regalado. Soy  una mujer que disfruta de las cosas sencillas de la vida. Un día soleado con cielo azul me pone feliz, así que me fui de pic nic. 

 
En la década de los 70, China era conocida como "El reino de las bicicletas", por la gran cantidad de personas que se trasladaban en ellas. Aunque hoy en día los carros las han desplazado, siguen siendo un importante medio de transporte para muchas familias chinas. A los extranjeros también nos seducen, es una de las primeras cosas que compramos al llegar, ya sea para desplazarnos o simplemente salir a pasear, como en este caso que decidimos ir en bici al parque Yuyuantan. En esta foto me acompañan, de derecha a izquierda, Mojgan Behmanesh y Akram Shabaani, de Irán, y Olga Galperovich, de Bielorrusia.

Debido al sorprendente crecimiento de China en las últimas décadas, muchos extranjeros vienen a estudiar mandarín, trabajar o hacer negocios.  Por eso, Beijing se ha convertido en una ciudad cosmopolita.
Compartir con personas de otras partes del mundo te permite derribar estereotipos y mirar hacia los lados, porque normalmente caminamos viendo hacia el frente. En nuestro paseo, Akram me compartió lo duro que es ser mujer en Irán. Aunque nunca ha visto una lapidación, porque de niña su padre le prohibió ir de curiosa y de adulta no se atreve, Akram sabe lo bestial que es este método para castigar a las mujeres en la vía pública. Me explicó que se cava un hoyo y ahí las entierran paradas hasta los hombros y comienzan a apedrearlas hasta matarlas. Según la religión islámica, si logran salir del hoyo y escapar quedan libres. La lapidación aplica también para los hombres, pero pongan atención, a ellos sólo se les entierra hasta la cintura, por lo que  logran salir porque tienen las manos libres.
   
Sin duda, una de las cosas que más voy a extrañar son los parques de Beijing. En China todo tiene grandes proporciones: edificios, avenidas, centros comerciales y, desde luego, también los parques. La mayoría de ellos cuenta con lagos, que en verano sirven de piscina y para dar un paseo en bote, mientras que en invierno funcionan como pista de patinaje.  

Ahhh, se me olvidaba decir que los parques en China están muy bien cuidados. Son limpios y el trabajo de jardinería es estupendo, pero esto se debe a que la gente paga por entrar. Una pequeña cantidad, pero paga. De otra forma no los cuidarían.  Con gusto pagaría en México por ver los parques así,  porque de verdad que dan pena: la gente los usa para tirar basura, drogarse, de hotel de paso y de baño para perros. Ya me imagino si en México nos aplicaran un tarifa para entrar a los parques, se armarían de inmediato las protestas y acusarían al gobierno de querer  privatizarlos.