lunes, 9 de septiembre de 2013

No es tan fácil ir al cine en China



Mi relación con los festivales de cine es relativamente reciente. Antes de entrar a la universidad acudía a los cines comerciales que en su mayoría están invadidos de películas hollywoodenses.

Fue gracias a mi profesor de Economía Política que me enteré que cada año se realizaba la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional de la Ciudad de México.

Con la primera a la que fui bastó para quedarme enganchada, no solamente al festival sino al cine en general, especialmente a todo aquel que tuviera una propuesta diferente a la de Hollywood.

Y tan embelesada quedé, que a veces no entraba a las clases por ir al cineclub que había en las distintas facultades de Ciudad Universitaria de la UNAM. 

Anteriormente iba al cine para sociabilizar, pero desde que descubrí la Muestra y los cineclub me daba lo mismo ir sola o acompañada, lo disfrutaba igual.

En ocasiones me iba a los maratones de cine que comenzaban al mediodía y terminaban casi a la medianoche, podía verme tres películas en un día sin problema.

Ya fuera desde mi casa, la escuela o el trabajo, me las apañaba para ir a ver una película. Muchas veces llegué barriéndome a la función, con el corazón agitado, pero una vez sentada frente a la gran pantalla y con las luces apagadas, el mundo exterior dejaba de existir para mí. 

"El cine es mejor que la vida", decía el historiador y crítico Emilio García Riera. Me identifiqué tanto con esta frase.  

El cine ha sido una de las cosas que más he extrañado en China. En cuatro años, sólo he ido al cine comercial en tres ocasiones por dos razones: la primera y más importante es que mi chino mandarín es de supervivencia, no me da para entender una película, y la segunda es que es carísimo, comparado con el de México.

Una película de producción nacional cuesta aproximadamente 80 yuanes (160 pesos), una cinta extranjera cerca de 120 yuanes (240 pesos) y un filme en pantalla Imax hasta 140 yuanes (280 pesos)

Como verán, tengo que recurrir a Internet o al intercambio de películas entre extranjeros, aunque eso significa sacrificar la imagen al tamaño de mi laptop, nada como la magia que se produce en la pantalla grande.

Por eso, cuando las embajadas de los países hispanohablantes en Beijing organizan ciclos de cine, hago lo posible para verlos, aunque tenga que cruzarme la ciudad, pues vivo en el oeste, alejada de la zona más dinámica en cuanto a entretenimiento se refiere.

Hace unos días, por ejemplo, para ser exactos el 5 de septiembre, se inauguró en Beijing la cuarta edición del Festival Brapeq de Cine Brasileño en China, que este año se presenta con diez propuestas.

Este Festival es organizado por Brapeq, un grupo de brasileños que constantemente está realizando diferentes actividades para promover su cultura. 

Algunos de los brasileños que forman parte de Brapeq
 

Durante cuatro años, Brapeq ha trabajado duro para seleccionar los filmes, conseguir copias autorizadas para exhibirlas en China, buscar patrocinadores y sedes para su proyección, difundir el festival, subtitular las películas al inglés y chino mandarín y, encima de todo, lidiar con la censura del gobierno chino.

Con todo y esto, el Festival ha sido posible desde hace cuatro años.

Este año, la programación muestra el Brasil urbano, contemporáneo, pero también el histórico y cosmopolita a través de la ficción, el documental y la animación.

En palabras de Ana María Bosni, la directora artística del Festival y una apreciada amiga, "el programa reúne no sólo las películas más vistas y recientes, sino aquellas que más reflejan la pasión del realizador, que generan una respuesta significativa en el público y consiguen una gran proyección a nivel internacional y una excelencia estética".

El festival de cine brasileño arrancó con la cinta "Gonzaga-de pai para filho", del realizador Breno Silveira, quien dijo sentirse contento por haber inaugurado el programa.


"Estaba temeroso, porque cuando presentas tu película fuera del país nunca sabes si a la gente le gustará, es difícil de saber y estaba muy nervioso, pero ahora estoy contento de ver que la cinta llega a otras partes del mundo, es increíble", me expresó en una entrevista que le hice al finalizar la función.

Con el cineasta brasileño Breno Silveira



Basada en un hecho real, "Gonzaga-de pai para filho" aborda la relación conflictiva y distante de un padre y su hijo, Gonzaga y Gonzaguinha, dos grandes leyendas de la música en Brasil.

"No sé por qué en el fondo hablo sobre el mismo tema en mis trabajos, siempre la historia del padre y el hijo, hasta mi padre me lo pregunta, pero yo no sé por qué”, me comentó el también realizador de "2 Filhos de Francisco" y "Era Uma Vez...".

Desde que se originó como idea, "Gonzaga-de pai para filho" tardó siete años en llegar a la pantalla, entre otras cosas porque llevó tiempo recaudar los fondos para recrear varias épocas históricas del país, y porque requirió de un arduo proceso para seleccionar a los protagonistas.

Así que les recomiendo ampliamente esta cinta que logró conmoverme profundamente porque, nos guste o no, todos hemos tenido conflictos con los padres en algún momento.

Y mientras disfruto del cine brasileño, me voy preparando para el ciclo de cine argentino organizado por la embajada de Argentina. En esta ocasión, desfilarán producciones recientes premiadas en festivales nacionales e internacionales. ¿Ustedes gustan?


Si se animan, el ciclo se presentará en el Instituto Cervantes de Beijing, del 6 de septiembre al 5 de octubre. Allá nos vemos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La cuenta regresiva

A 70 días de mi regreso a México

Todo tiene un final y mi estancia en China se está extinguiendo. A pesar de que tengo la oportunidad de quedarme otros años más, he decidido regresar a casa después de cuatro. Motivos hay muchos, pero este espacio no es para hablar de ellos, sino para expresar lo duro que está siendo decir adiós a este país que se ha convertido en mi segundo hogar.

China no es para todo el mundo. Hay extranjeros que regresan a sus países a los pocos meses de haber llegado, porque simplemente no logran entender o adaptarse a esta cultura que para muchos es completamente diferente a todo lo que han experimentado. Pero quien decide quedarse es porque está dispuesto a abrir los sentidos para dejar fluir todo lo que tiene que fluir.

A pesar de que faltan dos meses para mi partida, me duele perder cada día que pasa porque sé que estos momentos son únicos e irrepetibles.

Cuando dejé México necesitaba abrazar una nueva tierra y hacerme de nuevos amigos, amigos que con el tiempo llegaron a convertirse en mi familia, sólo que a diferencia de mis consanguíneos a los que sé que volveré a ver, a mi familia adoptiva nadie me lo garantiza, porque cada miembro vive en diferentes países.

La mayoría de los extranjeros que vienen a China están aquí sólo de paso. He despedido a tantos amigos y dado la bienvenida a otros más. Coincidimos sólo en este tiempo y en este espacio. Aunque sé que visitaré a más de uno y también a más de uno recibiré en México, nunca más volveremos a estar todos reunidos. 

Y como escribir y captar imágenes es una forma de atrapar el tiempo, iré plasmando mis últimos días en Beijing. 

Este domingo, por ejemplo, fue un día especial, como muchos que China me ha regalado. Soy  una mujer que disfruta de las cosas sencillas de la vida. Un día soleado con cielo azul me pone feliz, así que me fui de pic nic. 

 
En la década de los 70, China era conocida como "El reino de las bicicletas", por la gran cantidad de personas que se trasladaban en ellas. Aunque hoy en día los carros las han desplazado, siguen siendo un importante medio de transporte para muchas familias chinas. A los extranjeros también nos seducen, es una de las primeras cosas que compramos al llegar, ya sea para desplazarnos o simplemente salir a pasear, como en este caso que decidimos ir en bici al parque Yuyuantan. En esta foto me acompañan, de derecha a izquierda, Mojgan Behmanesh y Akram Shabaani, de Irán, y Olga Galperovich, de Bielorrusia.

Debido al sorprendente crecimiento de China en las últimas décadas, muchos extranjeros vienen a estudiar mandarín, trabajar o hacer negocios.  Por eso, Beijing se ha convertido en una ciudad cosmopolita.
Compartir con personas de otras partes del mundo te permite derribar estereotipos y mirar hacia los lados, porque normalmente caminamos viendo hacia el frente. En nuestro paseo, Akram me compartió lo duro que es ser mujer en Irán. Aunque nunca ha visto una lapidación, porque de niña su padre le prohibió ir de curiosa y de adulta no se atreve, Akram sabe lo bestial que es este método para castigar a las mujeres en la vía pública. Me explicó que se cava un hoyo y ahí las entierran paradas hasta los hombros y comienzan a apedrearlas hasta matarlas. Según la religión islámica, si logran salir del hoyo y escapar quedan libres. La lapidación aplica también para los hombres, pero pongan atención, a ellos sólo se les entierra hasta la cintura, por lo que  logran salir porque tienen las manos libres.
   
Sin duda, una de las cosas que más voy a extrañar son los parques de Beijing. En China todo tiene grandes proporciones: edificios, avenidas, centros comerciales y, desde luego, también los parques. La mayoría de ellos cuenta con lagos, que en verano sirven de piscina y para dar un paseo en bote, mientras que en invierno funcionan como pista de patinaje.  

Ahhh, se me olvidaba decir que los parques en China están muy bien cuidados. Son limpios y el trabajo de jardinería es estupendo, pero esto se debe a que la gente paga por entrar. Una pequeña cantidad, pero paga. De otra forma no los cuidarían.  Con gusto pagaría en México por ver los parques así,  porque de verdad que dan pena: la gente los usa para tirar basura, drogarse, de hotel de paso y de baño para perros. Ya me imagino si en México nos aplicaran un tarifa para entrar a los parques, se armarían de inmediato las protestas y acusarían al gobierno de querer  privatizarlos.






martes, 2 de julio de 2013

Un otoño que sabe a primavera

Los rostros que más me han sonreído en Beijing tienen arrugas, dientes manchados de sarro y la mirada curiosa de un niño. Los cuerpos que los soportan caminan lentos, pero erguidos, son delgados y extraordinariamente flexibles.

Estas figuras delicadas, que pareciera que en cualquier momento se van a romper, tienen la fuerza y la energía que les falta a los jóvenes de veintitantos. 

Para mí, los ancianos chinos son el alma de este país, su parte más auténtica.

Foto: Estela Dubei

Cantan, bailan, juegan cartas, patinan sobre hielo, andan en bicicleta, nadan en los lagos, incluso cuando están congelados, disfrutan a los nietos y se divierten con los amigos. 

Desde temprana hora están activos. Gustan de caminar en grupo, pasear a los pajaritos en jaulas de madera, practicar taichi, cantar mientras pasean, sin el menor pudor o vergüenza, y reunirse con los amigos para conversar.

Foto: Gabriela Becerra

Con los extranjeros son amables, sonrientes y curiosos. Aunque suene extraño, muchos de ellos conocen por primera vez a un foráneo cuando vienen a la capital o cuando nosotros vamos a sus provincias.

Alguna vez me contaron que un anciano en su lecho de muerte pidió a su nieto que le llevara a un  extranjero, no quería morir sin conocer a uno.

Sin la menor discreción y con el asombro con que un niño descubre el mundo, los viejos nos observan de la cabeza a los pies por varios minutos. 

Algunos se acercan y nos hablan. Su primera pregunta es “Ni cong na li lai”, que se traduce como “¿De dónde eres? Si les respondes y eres capaz de hablar con ellos al menos unas frases en mandarín, se arrancan y no paran aunque les digas que no les entiendes, porque creen que sabes el idioma por el simple hecho de balbucear algunas palabras.

Aunque la mayoría de los abuelos no sabe dónde está México, pronuncian el nombre del país como si lo conocieran de toda la vida “¡oh, oh, moxige, moxige”, y mientras lo hacen mueven la cabeza y sonríen. 

Algunos agregan “zu qiu”, refiriéndose al fútbol. Y como no son nada tímidos, te piden que te tomes fotos con ellos o se dejan retratar.


Foto: Gabriela Becerra


Y mientras los jóvenes se reúnen con sus amigos en los centros comerciales para comer o entregarse a las compras, los viejos tienen en los parques su punto de encuentro. Ahí forman grupos para cantar, ya sea himnos del Partido Comunista, fragmentos de la Ópera de Beijing o cualquier canción de música folclórica. 

También mueven el cuerpo con coreografías que monta alguien con más experiencia o bailan en pareja.

Algunos se entretienen con las cartas o el Mahjong, un juego de mesa tradicional de China, y no hay poder que los distraiga. 


Foto: Gabriela Becerra


Otros se ejercitan en los gimnasios que fueron creados especialmente para ellos y que están repartidos en las unidades habitacionales y en los parques.

Cuando los veo estirándose me siento avergonzada porque a mis 34 años no tengo la elasticidad que ellos a sus 60 o más. 

Se cuelgan de las barras gimnásticas y se mecen con fuerza. Y como son tan ligeros, toman vuelo fácilmente. Pareciera como si en cualquier momento fueran a dar la vuelta entera.

Son capaces de levantar la pierna por arriba de su cabeza y apoyarla en una barra durante minutos, parecen de goma. 

He visto como algunos se sientan en un barrote, enganchan los pies en otro y avientan el cuerpo hacia atrás, como haciendo abdominales. Otros gustan de colgar sus cuerpos de una barra, ya sea que se sostengan con las manos o con los pies, como murciélagos. 


Foto: Gabriela Becerra 


Foto: Gabriela Becerra 

A otros se les ve practicando tai chi, un arte marcial que nació en China y que es bastante popular en el país, sobre todo entre la gente de edad avanzada. Con movimientos lentos y suaves, los abuelos practican en solitario o en grupo.
 
Foto: Gabriela Becerra


“Ahora están libres, tienen tiempo de sobra”, me responden mis amigos chinos cuando les cuestiono por qué los ancianos tienen más energía que ellos a sus veintitantos. 

¿Es su dinamismo un canto a la libertad o simplemente el reflejo de una generación que creció en la auténtica China comunista, que compartía algunos valores como la solidaridad, el trabajo en equipo y la preocupación por el otro bajo el seno de familias grandes? 

Creo que son ambas cosas. Los viejos de China vivieron tiempos completamente diferentes a los que corren hoy en día. Fueron educados en la China comunista, tenían una ideología y creían en ella, pertenecieron a familias numerosas y compartieron con sus vecinos espacios reducidos, en donde no existía una cultura de “esto es tuyo y esto es mío”. 

Además, se les inculcó el principio del esfuerzo y muchos de ellos vivieron en condiciones precarias.
 
Foto: Estela Dubei
 
Nada que ver con la época que le tocó vivir a sus nietos: hijos únicos que no saben lo que es defender a un hermano o pelearse con él, para enseguida reconciliarse y prestarle los juguetes.

En China son conocidos como “pequeños emperadores” porque los padres cumplen sus caprichos y su vida gira en torno al único descendiente.

A esto hay que sumarle que el hijo único pertenece a una generación que le tocó cosechar la riqueza económica que sembraron sus antepasados con mucho esfuerzo, y que la China comunista que todavía alcanzaron a ver sus abuelos ya no existe más. Ellos son parte de la China que está siendo devorada por un capitalismo salvaje.

Pero volvamos a los abuelos. Creo que la energía y el entusiasmo que emanan se deben a la época que les tocó vivir. Pero también pienso que su actitud es un canto a la libertad. 

¿Libertad de qué? De los compromisos sociales a los que un chino se ve atado toda su vida: ser un buen estudiante, lograr un lugar en la universidad, conseguir un empleo estable, casarse con el hombre o mujer que los padres consideran conveniente, aunque no le amen, tener un hijo inmediatamente y formar una familia feliz. Y por supuesto, encargarse de que su hijo vuelva a repetir el mismo ciclo que ellos.

Por eso, cuando llegan a viejos y alcanzan la jubilación sienten que su deuda está saldada. Han cumplido con sus padres, con sus hijos, con la sociedad y con su trabajo. 

En lugar de deprimirse o esperar sentados a que la muerte vaya por ellos, los ancianos chinos salen a divertirse y a disfrutar de su otoño como si fuera primavera.


Foto: Gabriela Becerra

viernes, 29 de marzo de 2013

La nieve y yo


20 de marzo, 2013


Me fui a dormir con una lluvia ligera y al despertar Beijing estaba cubierta de nieve. 


Foto: Gabriela Becerra


Cuando en muchos otros países la gente disfruta del sol primaveral de marzo, en la capital de China todavía nos sorprenden algunas nevadas copiosas que logran alfombrar los jardines, cubrir las ramas de los árboles y los techos de los autos y casas. Nevadas que nos recuerdan que los abrigos deben seguir en el guardarropa aunque estemos hartos de ellos.


Foto: Gabriela Becerra


En los últimos días, las temperaturas habían aumentado mucho, eran tibias, se podía experimentar la calidez de la primavera. Las bufandas, los guantes y el par de calcetas extra se habían quedado en mi casa, estaba casi lista para guardar la ropa invernal y desempolvar la más ligera como hago cada año desde que vivo en Beijing.

Pero la naturaleza es impredecible, y en eso quizá radica su encanto. En tan sólo unos segundos transforma cualquier paisaje, el mismo tiempo le toma hacer obras de arte que arrasar y destruir pueblos enteros.

Hoy al menos, le ha dado la gana tomar como lienzo esta ciudad del norte de China y colorearla de blanco. Regalo más grande no pude recibir.

Foto: Gabriela Becerra

De camino al trabajo contemplé atónita el paisaje, me dejé acariciar por el viento y de vez en vez salpicaban en mi cara chispitas de nieve que caían de los árboles. Siento nostalgia porque quizá sea la última nevada que veo en Beijing antes de mi regreso a México, así que avanzo lo más lento posible, como pretendiendo que aquellas imágenes queden selladas en mi memoria.

Foto: Gabriela Becerra

China me recibió en noviembre del 2009 con una nevada, la primera en mi vida, tal vez por eso esta postal es especial para mí. 

Además, guardo muchos recuerdos de días nevados, como aquel cuando, a pocos días de mi llegada a Beijing, salí a revolcarme en la nieve y no resistí la tentación de comerla, o cuando hice con Juan Carlos un muñeco de nieve, o cuando me lancé bolas de nieve con unos niños del edificio donde vivo, o cuando fui a la Muralla China y la vi cubierta de estos finos cristales, o cuando salí simplemente a caminar para contemplar la postal, o cuando…o cuando...

Foto: Juan Carlos Zamora

Foto: Juan Carlos Zamora


La nieve, y lo que con ella se puede formar, hacer y sentir, ha adquirido un significado especial en China, estas simples gotitas de agua cristalizada son capaces de despertar en mí grandes emociones.

Foto: Gabriela Becerra




lunes, 14 de enero de 2013

Los beijineses "nadan" entre sustancias tóxicas


Hoy, por cuarto día consecutivo, amanezco entre una espesa nata de contaminación.

Esta escena es común para mí desde hace tres años que vivo en Beijing. ¿Qué hace la diferencia entre hoy y otros días?, ¿por qué los medios de comunicación chinos han abordado el tema cuando la mayoría de las veces han ignorado el serio problema que representa la polución?

Resulta que en los últimos días se registraron niveles récord de esmog en la capital china. El sábado 12 de enero, se alcanzaron 993 microgramos por metro cuadrado de partículas suspendidas de diámetro menor a 2.5 micrometros (son las más peligrosas porque pueden entrar en el flujo sanguíneo), cuando la Organización Mundial de la Salud considera 25 como aceptables.

Desafortunadamente, no cuento con un medidor para asegurar que los demás días han estado menos contaminados, pues mis memorias en Beijing están plagadas de días grises, donde el cielo azul ya nada vale ni interesa en una urbe donde cada vez se pasan más horas en un centro comercial que al aire libre, donde la grúa de construcción se ha convertido en un emblema, donde los elevadores suben y bajan las 24 horas del día, donde circulan casi 5 millones de autos y gran parte de los edificios se iluminan con luz neón toda la noche.

A diferencia de otros días en los que he observado la misma escena en Beijing, es decir, esa capa grisácea y espesa que me impide ver claramente a unos cien metros de distancia y en la cual caminan cientos de ciudadanos como si nada, en esta ocasión los niveles de polución registrados obligaron al gobierno chino a reconocer la gravedad del problema y a tomar medidas serias en el asunto, quizá presionado por la crítica que se generó desde fuera y dentro del país.

Después de tres días de estar “nadando” entre sustancias tóxicas, se llamó a los ciudadanos a permanecer en casa o usar mascarillas especiales en caso de salir a la calle, también se les instó a optar por el transporte público, y a las escuelas se les exigió no realizar actividades al aire libre.

Cuando llegué a Beijing creí que los cielos grises eran días nublados, había escuchado de ciudades como Londres en donde la mayor parte del año llueve y se cubre de niebla, pensé que en la capital china sería lo mismo, así que intenté renunciar al cielo pintado de nubes y a los días soleados a los que estaba acostumbrada en la Ciudad de México, y me adentré en ese mundo de niebla que le daba a Beijing un cierto aire de misterio, un aspecto fantasmagórico, incluso nostálgico.

Con el tiempo, esta imagen romántica de la ciudad envuelta en niebla se derrumbó al leer las noticias, al observar que los días soleados y despejados que pronosticaba el servicio meteorológico no coincidían con lo que veía a través de mi ventana, y a que esa nata que envolvía las calles era cada vez más densa y gris.

Desde entonces, aprendí a reconocer un día nublado de uno contaminado. Lamentablemente, estos últimos abundan en Beijing y muchos fines de semana he tenido que quedarme en casa, no sólo como medida de protección, sino porque la nata gris le resta color a las cosas, le roba encanto a la naturaleza, arruina las fotografías y me quita las ganas de pasarme un buen día.

Ayer varias voces institucionales de China alzaron la voz para proponerle al gobierno cambiar el modelo de desarrollo económico que tanto le está costando al país en materia medioambiental.

¿Se harán de los oídos sordos?, ¿estaría el gobierno chino dispuesto a cambiar el modelo de desarrollo que tan buenos resultados les ha dado, incluso ahora que están a unos pasos de convertirse en la primera potencia económica?, ¿ustedes qué piensan?

viernes, 31 de agosto de 2012

La nata que me mata en Beijing


Estoy cansada de amanecer con cielos grises por la severa contaminación de Beijing.
 
Una de las primeras cosas que hago al despertar es asomarme por la ventana, donde me topo frecuentemente con este tipo de escenas.
 

Desde mi ventana en el piso 11. Barrio Babaoshan, Beijing. Foto: Gabriela Becerra.

Hoy me había levantado con las ganas de dar un paseo en bicicleta en la montaña Laoshan, que queda a cinco minutos de mi casa, pero, ante la triste imagen, decidí atrincherarme en casa y compartir con ustedes algo de lo que vivo casi todos los días en esta ciudad.
 
La vista trasera de mi departamento. El edificio de enfrente, si lo alcanzan a ver, es la emisora de Radio Internacional de China, donde trabajo. Foto: Gabriela Becerra.
 
Cuántas veces escuché que la Ciudad de México era una de las urbes más contaminadas del mundo. A casi tres años de vivir en la capital de China y conversar con decenas de extranjeros sobre los problemas de polución que también enfrentan en sus países, he llegado a la conclusión de que nada se compara con las grandes ciudades chinas.
 
Al menos del Distrito Federal tengo muchos recuerdos de días soleados.

 
Xian, famosa por los Guerreros de Terracota. He viajado a esta ciudad en dos ocasiones y, sólo un día, tuve la fortuna de verla despejada. Foto: Gabriela Becerra.
 

Después de haber viajado a más de seis ciudades del país y encontrarme con el mismo paisaje “nublado”, a pesar de que el pronóstico del tiempo marcaba día despejado, acepté con gran desilusión y alarma el terrible problema de contaminación que padece la segunda economía mundial.
 

El Bund en Shanghai, un malecón donde se asientan construcciones de estilo occidental.
Foto: Gabriela Becerra
 
Frente a las críticas internacionales, China ha argumentado que, como una nación en vías de desarrollo e industrialización, tiene cierto “derecho a contaminar”.
 
Cuánto le está costando a esta nación ser lo que hoy es en el terreno económico.
 
En aras de “la modernidad, el progreso y el desarrollo”, China no sólo está destruyendo su patrimonio cultural, extinguiendo sus grupos étnicos, neocolonizando el continente africano, expandiendo sin control las grandes ciudades, sino que día a día ahoga a sus habitantes en una espesa nata de sustancias tóxicas.
 
 

Changshan, capital de la provincia de Hunan, en el sur de China. Foto: Gabriela Becerra


Tianjin, una ciudad que se encuentra a 30 minutos de Beijing en tren bala.
Foto: Gabriela Becerra
 
 
A dos meses de haber llegado a China, me mandaron a un viaje de trabajo a las provincias sureñas de Guangdong y Fujian. Esta foto fue tomada en la ciudad de Guangzhou.





Debido a los fuertes vientos que soplan en invierno, podemos disfrutar de más cielos azules en Beijing. Desafortunadamente, el frío es tan intenso que nadie quiere salir a pasear.
Foto: Juan Carlos Zamora





En contraste, en el verano la nata de contaminantes se queda suspendida en el aire por varios días, hasta que llega un viento fresco y se la lleva. Foto: Juan Carlos Zamora
 

lunes, 20 de agosto de 2012

Un paseo por la historia de las bicicletas en China


A los pocos meses de haber llegado a Beijing me compré mi bicicleta. Pasear en ella me permitió conocer las distintas maneras en que los chinos se desplazan en este medio de transporte, que más tarde intenté plasmar en un video que podrán ver en este blog.  http://lunaorientalvideoschina.blogspot.com/2012_01_01_archive.html

Foto: Juan Carlos Zamora

Hoy, mientras veía un documental que la televisión china CCTV transmitió en su canal de español sobre cómo la bicicleta transformó la vida de los chinos en el siglo pasado, me di cuenta que también este vehículo había cambiado, de alguna manera, mi estancia en Beijing, porque al pedalear descubrí otra perspectiva de la capital china.



Inspirada en los gratos recuerdos que tengo de mis paseos en bici y en la información del documental que vi, les hablaré un poco de la importancia que ha tenido este medio de transporte desde que se introdujo en la sociedad china.



Ríos de bicicletas

Durante muchos años, China fue conocida en el mundo como “El reino de las bicicletas”, por la gran cantidad que circulaba en las calles.



Durante las décadas de los años 70 y 80, la avenida Chang´an, una de las principales en Beijing, que cruza la ciudad de este a oeste, estuvo saturada de bicicletas a pesar de ser una de las más anchas. Para que se den una idea, en aquellos años al bulevar se le conoció como “La Gran Muralla móvil”.



Las primeras bicicletas llegaron a China por allá de 1887, pero en ese tiempo había un rechazo a todo lo que venía del extranjero y se le consideró como un invento inútil.



Tuvieron que transcurrir casi 60 años para que la bicicleta se convirtiera en uno de los productos más deseados por los chinos.

Foto: Gabriela Becerra


En la década de los años 50, muchos productos de primera necesidad se adquirían mediante cupones. Los jóvenes que planeaban casarse, por ejemplo, juntaban los vales que sus familiares les obsequiaban como regalo de bodas para adquirir una bicicleta “Fenix” o “Yongjiu”, que en esos años eran las marcas más famosas de China junto con “Paloma Voladora”.



Era un producto tan deseado en la sociedad, que una novia se sentía honrada al ser transportada en el asiento trasero de una bicicleta el día de su boda, según el documental.

Imagen tomada de mi video


La bicicleta no sólo era un medio de transporte sino un artículo de lujo, un símbolo de poder económico y, por eso, se convirtió en uno de los principales patrimonios de la familia, como hoy en día lo es el auto.



A medida que pasaban los años, cada familia buscaba hacerse de su propia bicicleta y, cuando lo conseguía, pasaba horas limpiando y puliendo sus piezas. Aprender a montarla se convirtió en una experiencia familiar y pronto fue adoptada como un integrante más.



Para entonces, las fábricas de bicicletas en China aumentaban cada vez más su producción ante la creciente demanda.



Mejor que un burro

Los chinos encontraron en la bicicleta un excelente medio de desplazamiento, pero también de carga. Existen imágenes sorprendentes que retratan el peso y la cantidad de objetos y personas que los chinos han montado en este vehículo desde su llegada al país.



Por eso, la bicicleta también se convirtió en una herramienta importante para realizar las tareas del campo. Se decía que era “un burro que no necesitaba pastar”.


Imagen tomada de mi video


Durante los años 80, la bicicleta se convirtió en un producto esencial en la vida de los chinos y, en algunas familias, cada miembro llegó a tener su propia unidad.



En esa década, la bici ya había logrado penetrar todos los rincones de la sociedad, había transformado un país y, con ello, su personalidad. Fue en esta época cuando China llegó a ser conocida en el mundo como “El reino de las bicicletas”.



Durante este boom, los locales de reparación de bicis llegaron a ser uno de los negocios más rentables. Ahora, 30 años después, están desapareciendo.




Prefieren cuatro ruedas que dos

Con la política de reforma y apertura muchos chinos se hicieron ricos de la noche a la mañana. Quien alguna vez ahorró toda su vida para comprarse una bicicleta, de un momento a otro se vio sorprendido con el dinero en las manos para adquirir un auto.



A medida que China fue creciendo económicamente, el poder adquisitivo de sus ciudadanos mejoró drásticamente, por lo que mandaron sus bicis al baúl de los recuerdos.



Hoy en día son pocas las bicicletas que circulan por las calles de Beijing en comparación con su época de gloria. Aún así, todavía cuentan con un carril exclusivo para circular, algo que pocos países en el mundo pueden presumir



Si bien es cierto que las bicicletas ha sido sustituidas casi por completo por el metro, los taxis y los autos particulares, todavía se pueden ver aquellas imágenes de chinos cargando gran cantidad de peso y objetos, a las madres con sus canastillas repletas de verduras o llevando a sus hijos a la escuela en asientos especiales, a los enamorados con su novia sentada en el asiento trasero, y a los viejos de más de 80 años pedaleando con lo último suspiro que les queda de vida.


Imagen tomada de mi video


Son las nuevas generaciones las que le están dando a las bicicletas un uso diferente al que le dieron sus padres.



Cada vez más jóvenes montan la bici para hacer ejercicio o como actividad recreativa, quizá porque esto se ha puesto de moda en muchos países del mundo.



Todavía cuando llegué a China, en 2009, mis amigos chinos se reían de mí por usar casco, algo a lo que no están acostumbrados. Las personas en la calle o los mismos ciclistas se me quedaban viendo como bicho raro por llevar lentes de sol, guantes especiales, casco y ropa deportiva.



Hoy, a casi tres años de distancia, cada vez más jóvenes chinos pasean con sus amigos en bici de montaña y usan casco.

Foto: Gabriela Becerra


La bicicleta llegó a China para quedarse. Ha tenido sus momentos de gloria y también de decadencia, pero sigue aquí, viva e inquieta, tratando de adaptarse a los cambios bruscos que experimenta este país todos los días.