domingo, 17 de junio de 2012

Un objeto perdido puede ayudarte a encontrar buenas personas

“Tienes gabitis”, así le dice mi amigo chino Wan Dai a aquellos que pierden un objeto u olvidan las cosas. Al poco tiempo de conocerme, descubrió uno de mis grandes defectos: la distracción.

Desde que tengo uso de memoria he extraviado cientos de objetos, sobre todo llaves y credenciales. En China no ha sido diferente. Sólo que esta vez me dieron ganas de escribir porque, ahora que lo recuerdo, estas pérdidas han estado acompañadas de lindos detalles, como los del día de hoy.

Les cuento. Esta tarde había un cielo azul, como casi nunca los hay en Beijing por la contaminación, así que salí a dar un paseo para bajar la comida y, al regreso, encontré a mis pequeños amigos jugando en el patio del conjunto habitacional en donde vivo.

Me puse a jugar pelota con Mia, una malaya de nueve años y, encima de la cajuela de un auto blanco que estaba estacionado, dejé llaves, celular, credencial del trabajo y una tarjeta electrónica que me da acceso al edificio de mi departamento.

Luego llegó mi amigo croata Maro, de 10 años, y me mostró apasionado las fotos de su viaje a Filipinas. Después se unieron a nosotros los hermanos de Mia, de 16 y 13 años. Todos, además de su lengua materna, hablan  inglés y  mandarín.

Estábamos pasando un buen rato cuando levanté la mirada y vi que el carro blanco se marchaba. Corrí como pude mientras gritaba “go with me, help me!”.


Mis amiguitos, sin entender nada, corrieron conmigo. Les expliqué de qué se trataba y apretaron el paso detrás del auto. La agilidad de su corta edad no fue suficiente para alcanzarlo.

Al regresar hicieron todo por ayudarme. En mandarín, preguntaron a los policías que monitorean las cámaras de seguridad si sabían de quién era el vehículo, pidieron en la recepción que abrieran mi departamento con una llave que guardan de reserva, me prestaron sus teléfonos para llamar al mío y ver si de casualidad alguien contestaba. Uno de ellos tomó su bici y fue a explorar de nuevo el camino por donde el auto se había ido; sólo encontró mi tarjeta electrónica.

Me sentí avergonzada de estar de nuevo en la misma situación, pero al ver a estos niños y adolescentes ayudarme con todos los recursos que tenían a su alcance se me dibujo una sonrisa en el rostro. Me hicieron sentir una más de su pandilla.

Aunque sigo enojada conmigo por las cosas que perdí, estoy orgullosa de mis amiguitos. No sólo son inteligentes y simpáticos, sino solidarios y humanos.

Qué paradójico, en China cada objeto perdido me ha permitido conocer la bondad y honestidad de la gente.

La primera gran muestra fue un día que dejé mi celular en el taxi. Al ver la agenda del teléfono, el chófer reconoció un nombre en chino y a ese marcó.

Para no hacerles el cuento largo. El taxista fue hasta el teatro donde estaba, esperó a que terminara la función y devolvió el teléfono. No aceptó un solo peso, mejor dicho, un solo yuan, ni por la gasolina ni por el tiempo de espera.

Me sentí tan agradecida con esa persona que escribí una carta a su empresa, que después mis compañeros tradujeron al mandarín, para que su buen gesto fuera reconocido.

La muestra más grande de esta honestidad que les hablo me lo dio una simpática señora que atiende una tintorería.

Me acababan de pagar 5 mil yuanes, poco más de 10 mil pesos, por un trabajo de grabación que había hecho en mis tiempos libres. Puse esta suma en la bolsa interior de una chamarra y, días más tarde, la llevé a lavar.

Es obvio que no me acordé del dinero cuando la llevé. A los pocos minutos de haber dejado la ropa, la señora salió corriendo detrás de mí, gritando no sé que cosa. Agitaba en sus manos los billetes de cien yuanes. Seguía sin entender. Sólo cuando la tuve enfrente dándome el fajo comprendí mi distracción. Casi la besé. En Año Nuevo le regalé unos chocolates.

Por último, hace un mes dejé el bolso en el taxi. Como traía unas tarjetas de presentación, el chofer marcó varias veces a mi móvil. Más tarde me llevó el bolso a las instalaciones de la radio y no aceptó dinero.

A veces para encontrar hay que perder. Últimamente mis objetos extraviados, con valor y sin él, me han dado la oportunidad de conocer a personas con un gran corazón.

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