“Tienes gabitis”, así le dice mi
amigo chino Wan Dai a aquellos que pierden un objeto u olvidan las cosas. Al
poco tiempo de conocerme, descubrió uno de mis grandes defectos: la distracción.
Desde que tengo uso de memoria he
extraviado cientos de objetos, sobre todo llaves y credenciales. En China no ha
sido diferente. Sólo que esta vez me dieron ganas de escribir porque, ahora que
lo recuerdo, estas pérdidas han estado acompañadas de lindos detalles, como los
del día de hoy.
Les cuento. Esta tarde había un
cielo azul, como casi nunca los hay en Beijing por la contaminación, así que
salí a dar un paseo para bajar la comida y, al regreso, encontré a mis pequeños
amigos jugando en el patio del conjunto habitacional en donde vivo.
Me puse a jugar pelota con Mia, una
malaya de nueve años y, encima de la cajuela de un auto blanco que estaba estacionado,
dejé llaves, celular, credencial del trabajo y una tarjeta electrónica que me da
acceso al edificio de mi departamento.
Luego llegó mi amigo croata Maro, de
10 años, y me mostró apasionado las fotos de su viaje a Filipinas. Después se
unieron a nosotros los hermanos de Mia, de 16 y 13 años. Todos, además de su
lengua materna, hablan inglés y mandarín.
Estábamos pasando un buen rato cuando levanté la mirada y vi que el carro blanco se marchaba. Corrí como pude
mientras gritaba “go with me, help me!”.
Mis amiguitos, sin entender nada,
corrieron conmigo. Les expliqué de qué se trataba y apretaron el paso detrás
del auto. La agilidad de su corta edad no fue suficiente para alcanzarlo.
Al regresar hicieron todo por
ayudarme. En mandarín, preguntaron a los policías que monitorean las cámaras de
seguridad si sabían de quién era el vehículo, pidieron en la recepción que
abrieran mi departamento con una llave que guardan de reserva, me prestaron sus
teléfonos para llamar al mío y ver si de casualidad alguien contestaba. Uno de
ellos tomó su bici y fue a explorar de nuevo el camino por donde el auto se
había ido; sólo encontró mi tarjeta electrónica.
Me sentí avergonzada de estar de
nuevo en la misma situación, pero al ver a estos niños y adolescentes ayudarme
con todos los recursos que tenían a su alcance se me dibujo una sonrisa en el
rostro. Me hicieron sentir una más de su pandilla.
Aunque sigo enojada conmigo por las
cosas que perdí, estoy orgullosa de mis amiguitos. No sólo son inteligentes y
simpáticos, sino solidarios y humanos.
Qué paradójico, en China cada objeto
perdido me ha permitido conocer la bondad y honestidad de la gente.
La primera gran muestra fue un día
que dejé mi celular en el taxi. Al ver la agenda del teléfono, el chófer
reconoció un nombre en chino y a ese marcó.
Para no hacerles el cuento largo. El
taxista fue hasta el teatro donde estaba, esperó a que terminara la
función y devolvió el teléfono. No aceptó un solo peso, mejor dicho, un solo yuan,
ni por la gasolina ni por el tiempo de espera.
Me sentí tan agradecida con esa
persona que escribí una carta a su empresa, que después mis compañeros
tradujeron al mandarín, para que su buen gesto fuera reconocido.
La muestra más grande de esta
honestidad que les hablo me lo dio una simpática señora que atiende una
tintorería.
Me acababan de pagar 5 mil yuanes,
poco más de 10 mil pesos, por un trabajo de grabación que había hecho en mis tiempos
libres. Puse esta suma en la bolsa interior de una chamarra y, días más tarde,
la llevé a lavar.
Es obvio que no me acordé del dinero
cuando la llevé. A los pocos minutos de haber dejado la ropa, la señora salió
corriendo detrás de mí, gritando no sé que cosa. Agitaba en sus manos los
billetes de cien yuanes. Seguía sin entender. Sólo cuando la tuve enfrente
dándome el fajo comprendí mi distracción. Casi la besé. En Año Nuevo le regalé
unos chocolates.
Por último, hace un mes dejé el
bolso en el taxi. Como traía unas tarjetas de presentación, el chofer marcó
varias veces a mi móvil. Más tarde me llevó el bolso a las instalaciones de la radio
y no aceptó dinero.
A veces para encontrar hay que
perder. Últimamente mis objetos extraviados, con valor y sin él, me han dado la
oportunidad de conocer a personas con un gran corazón.
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