Fin de semana.
Busco en Internet lo que me falta hacer en Beijing. En eso estoy cuando
recuerdo que el zoológico es uno de mis pendientes. Aunque no me convence mucho
la idea, no quiero irme de esta ciudad sin haber agotado todas las ofertas
turísticas, todos los rincones posibles.
Cámara en mano,
dinero en la bolsa y dos buenos acompañantes es suficiente para pasar un buen
día, a pesar de que una densa nata de contaminación le ha robado el color a las
cosas, dándole un aspecto fúnebre la ciudad.
Una vez en el
zoológico, decidimos visitar primero a los osos panda. Son los protagonistas del
lugar, pero no se salvan de las lamentables condiciones en las que se encuentra
la mayoría de los animales que aquí se exhiben.
Foto: Juan Carlos Zamora |
China es ya la
segunda economía del mundo. Por eso, esperaba ver reflejado este crecimiento
económico en las instalaciones del zoológico y en el cuidado hacia los
animales.
Para ser los
consentidos de China, las jaulas de los osos panda causan lastima. Son viejas,
sucias, desteñidas y pequeñas. De los cinco osos que pudimos apreciar, uno de
ellos parecía tener una enfermedad en la piel.
El panda gigante, animal
en peligro de extinción, es un símbolo nacional en China, de donde es
originario, al grado de que si una persona mata a uno puede ser condenada a la
pena capital.
Foto: Juan Carlos Zamora |
El pueblo chino lo
adora. Su imagen aparece en una variedad de productos que van desde mochilas,
peluches, tazas, lapiceros, diademas, sombrillas y todo tipo de ropa.
No sólo gusta a
los niños: en el invierno de Beijing es común ver a los jóvenes protegerse del frío
con gorros con la figura de este animal bicolor.
Debido a esta
devoción, creo que los responsables del zoológico deberían de poner más
atención en los pequeños detalles que al final son los que causan grandes
impresiones.
No siempre será
fácil distraer la atención de los visitantes con esculturas del oso panda para
tomarse la foto y con puestos que venden todo tipo de productos alusivas a su
imagen.
Foto: Gabriela Becerra |
Desafortunadamente
esto no fue lo único desagradable en mi paseo. Más adelante nos topamos con una
lamentable escena: dos grandes osos, cada uno en su espacio, sin techo para
resguardarse del intenso calor, sin un recipiente con agua y sin un vigilante
que impidiera que le arrojaran todo tipo de alimentos.
Foto: Juan Carlos Zamora |
Mi lógica me lleva
a pensar que este tipo de parques cuenta con expertos en recrear, o al menos
simular, el entorno en el que viven los animales, pero en el hábitat que les
construyeron a estos osos predominaba el cemento en un 80 por ciento. Sin
estanque de agua, sin vegetación, al más puro estilo de las grandes ciudades.
Una crueldad.
Uno de los osos,
ya acostumbrado a que la gente le dé galletas, salchichas, palomitas o lo que
sea que esté comiendo, se sostenía en sus patas traseras para alcanzar con más
facilidad la comida chatarra.
Yo no sabía
exactamente quiénes eran los animales. Había letreros que prohibían arrojar
comida y nadie parecía disgustarse con que se hiciera lo contrario.
Foto: Juan Carlos Zamora |
Foto: Juan Carlos Zamora |
Escenas como ésta fueron
recurrentes. Una chica sopló burbujas de jabón en la cara de un ave. Y en la
habitación donde se encontraban los animales nocturnos, un señor golpeó el
cristal para que un roedor se despertara, mientras que otro disparaba el flash
de su cámara.
Foto: Juan Carlos Zamora |
En las jaulas que
no estaban protegidas con ventanales pudimos observar mucha basura, sobre todo
botellas de plástico.
Es cierto que el
zoológico es enorme y se invierte mucho dinero en alimentar a los animales,
cuidarlos y atenderlos cuando enferman, además de pagar sueldos al personal que
aquí trabaja, pero también lo es que miles de visitantes dejan una buena
derrama económica cada semana que bien podría utilizarse para acondicionar
mejor los hábitats de las distintas especies y protegerlas adecuadamente de las
manos “inquietas” de los paseantes.
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