martes, 13 de diciembre de 2011

Beijing en la mirada de mi padre

Hace unas semanas mi padre estuvo en Beijing. Una visita que estaba pendiente desde hace un año y que al final se concretó el 31 de octubre.

Esta visita me hizo reflexionar sobre muchas cosas, porque mi padre, al igual que yo, nunca imaginó que algún día conocería un país tan lejano, y se sorprendería, como lo hice en su momento, de las diferencias culturales que existen entre este país y el nuestro.

Aunque casi se quedaba sin aire, mi viejo quiso llegar alto.
Foto: Raúl López Parra

Me gusta redescubrir Beijing a través de miradas frescas, porque viviendo la cotidianeidad se dejan ver cosas realmente interesantes que pasan en las calles, en el metro y en la sociedad en general.

Conocer China invariablemente produce un choque cultural muy fuerte por las profundas diferencias en el idioma, la religión, la forma de estructurar el pensamiento, de comunicar los sentimientos, de conducirse en la vida y actuar en sociedad.  

En la Ciudad Prohibida, donde gobernó el último emperador de China.
Foto: Lucila Ramírez

Cuesta trabajo concebir que los chinos coman sin tortilla, cuando para los mexicanos es una alimento infaltable en la mesa; que disfruten del arroz cocido; que sean tan parcos, “fríos” y hoscos en la amistad y en el amor; que te avienten y arrebaten las cosas; que miren a los extranjeros como si fueran extraterrestres, y que coman tan rápido con un par de palillos.

A mi padre y a Lucy, su esposa, no sólo les asombró esto, sino también que en Beijing las casas estén excluidas del modelo urbano, pues abundan los edificios con decenas de pequeños departamentos; que las calles y avenidas estén libres de baches y topes; que se pueda sacar dinero del cajero a cualquier hora sin el temor de ser asaltado; que tantas personas se transporten en bicicleta y lo hagan de tan distintas maneras.

Tren bala que corre de Beijing a la ciudad de Tianjin a 350 kilómetros por hora.
Foto: Lucila Ramírez

Les sorprendió también encontrar a gente tan delgada, y no sabían si los chinos estaban demasiado flacos o los mexicanos excesivamente gordos. Descubrieron que esa imagen del chino corto de estatura quedó en la historia, pues como su alimentación ha cambiado, ahora hay mujeres y hombres muy altos.

Qué choque cultural tan fuerte cuando mi familia descubrió que en China se sigue haciendo del baño de “aguilita”. Pero lo que más les impactó es que en algunos baños no hay divisiones entre las letrinas, así que en más de una vez tuvieron que compartir su intimidad.

En este tipo de baños se comparte todo. Hay decenas en la zona de los hutong.
Foto: Gabriela Becerra

Mi padre, que es un apasionado de los autos, quedó anonadado con la cantidad de BMW, Audi´s, Mercedes Benz y demás vehículos de lujo que circulan por las calles de la llamada “China socialista”, y que refleja las profundas diferencias que existen entre los nuevos ricos y algunos campesinos que viven con 10 mil yuanes al año (la tercera parte de lo que puede llegar a ganar en un mes el gerente de una empresa).

China sacude culturalmente a todos los que la visitan por primera vez. A mi familia le tocó ver cómo en este país se toma agua caliente, independientemente de si es verano o invierno; cómo se comparten los platillos que se ponen en la mesa; cómo los niños de entre uno y tres años andan con las pompitas al aire, listos para hacer pipi y popo, y en más de una ocasión se toparon con sabores nuevos para su paladar, pues nunca imaginaron que los postres fueran salados y picantes, y que los frijoles se comieran con azúcar.

A pesar de que los mexicanos tenemos el paladar bien entrenado con el picante y
la variedad de condimentos, la gastronomía china no deja de sorprender.
Foto: Gabriela Becerra


China también los hizo sentirse impotentes en la barrera del idioma, incluso de las señas, porque éstas también son distintas. Creo que en algunos momentos odiaron depender de mí para que les leyera el menú, preguntara dónde estaba el baño, regateara los precios y los defendiera de algunos abusos. No es que hable chino, sólo sé algunas palabras y frases, pero entre éstas y mi inglés puedo sobrevivir en el gigante país.

Este viaje a China va más allá de una simple reunión familiar. Para mí representa un logro generacional, porque mi padre, quien proviene de una familia humilde de 16 hijos y apenas tuvo la oportunidad de concluir la primaria me mostró, con su trabajo constante, el camino para llegar a donde me lo propusiera, y aunque nunca imaginé trabajar en este país, ahora mi vida se desarrolla en estas tierras.

Por eso este viaje me complace tanto, porque es la suma de dos esfuerzos generacionales. Necesitaba que mi padre cruzara el océano para compartir con él lo que he visto, comido, disfrutado y, en algunas ocasiones, padecido. Necesitaba hacerle saber que su esfuerzo no había sido en vano, que se traducía en haberme ofrecido más oportunidades, nuevos horizontes, y una mejor calidad de vida.

Invité a mis amigos a comer la famosa carne tártara que mi papá prepara. ¡Quedó bien buena!
Foto: Richard Amante

Pero también este viaje le sirvió a mi familia para descubrir que existen otras formas de mirar el mundo, de pensar, vivir y actuar, y para ser testigos de la transformación acelerada que está experimentando China, esa China en donde hace un siglo gobernaban los emperadores, y ahora, con una historia moderna tan reciente, se ha convertido en la segunda economía global.

En los tiempos de mi padre se hablaba del sueño americano. Ahora, el gigante asiático se ha convertido en la tierra de las oportunidades para muchos como yo.


En la Plaza Tiananmen, el corazón de Beijing. A nuestras espaldas la puerta principal de la Ciudad Prohibida con la foto del ex presidente Mao Zedong. Foto: Raúl Parra.


No hay comentarios:

Publicar un comentario