Mi relación con Beijing andaba en la cuerda floja. Como en todos los vínculos amorosos, la monotonía empezaba a hacerse cada día más presente.
Después de aquel inolvidable primer encuentro, cuando la capital de China me sorprendió con sus copos de nieve, y del primer año y medio que transcurrió felizmente entre sus lugares históricos, las fiestas con los amigos, los viajes de trabajo y las horas de paz, mi relación con la urbe comenzó a desgastarse porque creí, arrogantemente, que no tenía más que mostrarme.
Así que antes de llegar a los reproches, los lamentos y peor aún, al divorcio, me propuse redescubrirla.
Todo comenzó la mañana soleada del pasado 6 de octubre. El reloj marcaba las nueve cuando me enfundé en unos pantalones de mezclilla, me puse unos zapatos cómodos y salí con mi Nikkon y muchas ganas de caminar.
En avenida Shijingshan le hice la parada al autobús 768 para ir a la Plaza Tiananmen , donde me bajé para tomar otro que me llevaría hasta la estación del metro Jishitan, justo donde iniciaría mi recorrido por los alrededores de los lagos Xihai, Houhai y Qianhai.
Como se muestra en el mapa, en los alrededores de los lagos Xihai y Houhai hay cientos de hutong. Foto: Gabriela Becerra |
Si bien es cierto que cuando llegué a Beijing caminé entre sus hutong, nunca había destinado un día para contemplar las viviendas típicas que ahí se resguardan, las cuales lograron sobrevivir a una despiadada demolición y, posteriormente, a una feroz avalancha de edificios construidos en nombre de la modernidad.
En un paseo por los hutong se puede encontrar este tipo de fachadas. Foto: Gabriela Becerra |
Los hutong, que comenzaron a construirse desde 1271, son barrios con calles muy estrechas que forman laberintos y en ellos se desarrolla un interesante estilo de vida, donde el tiempo parece transcurrir más lento que en otras partes de la ciudad, pues sus habitantes se dan un espacio para conversar, jugar cartas o ajedrez, y hasta armar un picnic.
La convivencia entre vecinos es parte de la vida cotidiana en los hutong. Foto: Gabriela Becerra |
A diferencia del ruido y el estrés de las grandes avenidas de Beijing, en los hutong el tiempo parece transcurrir más lento. Foto: Gabriela Becerra |
El arraigado espíritu de vecindad tiene que ver con una cuestión arquitectónica, pues en los hutong existen construcciones típicas llamadas siheyuan, un conjunto de cuatro habitaciones distribuidas en cada punto cardinal que, por su alineación, forman un patio central donde coinciden las puertas.
Un siheyuan solía pertenecer a una sola familia o en cada habitación vivir una distinta. Y el patio central, donde en la mayoría de los casos sembraban árboles y flores, era el punto de reunión.
Los siheyuan me recuerdan mucho a las vecindades mexicanas, tanto por lo amontonadito de las casas como por la interacción entre sus habitantes.
Algunas fachadas son ricas en decoración, lo que revela también el nivel socioeconómico de la familia.Foto: Gabriela Becerra |
La fachada Siheyuan tiene ciertas características. A la entrada de las casas, por ejemplo, se colocan normalmente dos leones en los costados, como una forma de proteger la morada. |
Las puertas también lucen diferentes figuras de bronce. Foto: Gabriela Becerra |
Con colores alegres se pintan flores, animales o paisajes en las fachadas. Foto: Gabriela Becerra |
Los techos de los hutong son a dos aguas con tejas grises, las cuales rematan en una punta redonda decorada con flores o dragones. Foto: Gabriela Becerra |
Pero lo más peculiar de los siheyuan es que no sólo compartían el patio, sino también el baño, el cual sigue siendo comunitario, incluso puede ser usado por los paseantes.
Sobre esto, quiero compartirles lo que me sucedió cuando caminaba por aquí. Después de dos botellas de agua tuve que entrar a uno de estos baños. Como en China casi no hay tazas sanitarias sino letrinas, me puse en cuclillas (postura que a dos años de estancia en este país aún me cuesta dominar) Justo cuando estaba como "El tigre de Santa Julia” llegaron dos señoras y se sentaron en la misma posición frente a mí, y como no hay división ni puerta, pues literalmente compartimos todo: imágenes, olores y pujidos.
Ni siquiera la presencia de un extranjero, que normalmente les causa curiosidad, las inquietó por un instante de su objetivo principal.
De este estilo son los sanitarios públicos que se encuentran en los hutong. Foto: Gabriela Becerra |
Si bien es cierto que algunos hutong han sido restaurados y remodelados, incluso algunas de sus calles adaptadas para el turismo con restaurantes y comercios, todavía hay decenas con vida cotidiana, donde se escucha el griterío de los comerciantes y las campanitas de las bicicletas que van y vienen por montones, y cuando uno echa un vistazo al interior de los pequeños locales se encuentra con el zapatero, la vendedora de tallarines, y los jugadores de cartas disfrutando de una apasionada partida.
Los juegos de cartas, ajedrez chino y dominó, son de los favoritos. Foto: Gabriela Becerra |
Los hutong que aún se conservan se encuentran principalmente en el centro de la ciudad. Foto: Gabriela Becerra. |
Este paseo lleno de sorpresas le ha dado un nuevo respiro a mi relación con Beijing, me recordó que no todo en ella son edificios que se esparcen como virus, tan altos que te impiden ver el horizonte o las montañas, sino que también hay lugares como estos que subsisten tímidamente para no ser tragados por el ritmo acelerado que caracteriza a las grandes urbes.
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