Mi
relación con los festivales de cine es relativamente reciente. Antes de entrar
a la universidad acudía a los cines comerciales que en su mayoría están
invadidos de películas hollywoodenses.
Fue
gracias a mi profesor de Economía Política que me enteré que cada año se
realizaba la Muestra Internacional de Cine en la Cineteca Nacional de la Ciudad
de México.
Con la
primera a la que fui bastó para quedarme enganchada, no solamente al festival
sino al cine en general, especialmente a todo aquel que tuviera una propuesta
diferente a la de Hollywood.
Y tan
embelesada quedé, que a veces no entraba a las clases por ir al cineclub que
había en las distintas facultades de Ciudad Universitaria de la UNAM.
Anteriormente
iba al cine para sociabilizar, pero desde que descubrí la Muestra y los
cineclub me daba lo mismo ir sola o acompañada, lo disfrutaba igual.
En
ocasiones me iba a los maratones de cine que comenzaban al mediodía y
terminaban casi a la medianoche, podía verme tres películas en un día sin
problema.
Ya
fuera desde mi casa, la escuela o el trabajo, me las apañaba para ir a ver una
película. Muchas veces llegué barriéndome a la función, con el corazón agitado,
pero una vez sentada frente a la gran pantalla y con las luces apagadas, el
mundo exterior dejaba de existir para mí.
"El
cine es mejor que la vida", decía el historiador y crítico Emilio García
Riera. Me identifiqué tanto con esta frase.
El cine
ha sido una de las cosas que más he extrañado en China. En cuatro años, sólo he
ido al cine comercial en tres ocasiones por dos razones: la primera y más
importante es que mi chino mandarín es de supervivencia, no me da para entender
una película, y la segunda es que es carísimo, comparado con el de México.
Una
película de producción nacional cuesta aproximadamente 80 yuanes (160 pesos),
una cinta extranjera cerca de 120 yuanes (240 pesos) y un filme en pantalla
Imax hasta 140 yuanes (280 pesos)
Como
verán, tengo que recurrir a Internet o al intercambio de películas entre
extranjeros, aunque eso significa sacrificar la imagen al tamaño de mi laptop,
nada como la magia que se produce en la pantalla grande.
Por
eso, cuando las embajadas de los países hispanohablantes en Beijing organizan
ciclos de cine, hago lo posible para verlos, aunque tenga que cruzarme la
ciudad, pues vivo en el oeste, alejada de la zona más dinámica en cuanto a
entretenimiento se refiere.
Hace
unos días, por ejemplo, para ser exactos el 5 de septiembre, se inauguró en
Beijing la cuarta edición del Festival Brapeq de Cine Brasileño en China, que
este año se presenta con diez propuestas.
Algunos de los brasileños que forman parte de Brapeq |
Durante
cuatro años, Brapeq ha trabajado duro para seleccionar los filmes, conseguir
copias autorizadas para exhibirlas en China, buscar patrocinadores y sedes para
su proyección, difundir el festival, subtitular las películas al inglés y chino
mandarín y, encima de todo, lidiar con la censura del gobierno chino.
Con
todo y esto, el Festival ha sido posible desde hace cuatro años.
Este
año, la programación muestra el Brasil urbano, contemporáneo, pero también el
histórico y cosmopolita a través de la ficción, el documental y la animación.
En
palabras de Ana María Bosni, la directora artística del Festival y una
apreciada amiga, "el programa reúne no sólo las películas más vistas y
recientes, sino aquellas que más reflejan la pasión del realizador, que generan
una respuesta significativa en el público y consiguen una gran proyección a
nivel internacional y una excelencia estética".
El
festival de cine brasileño arrancó con la cinta "Gonzaga-de pai para
filho", del realizador Breno Silveira, quien dijo sentirse contento por
haber inaugurado el programa.
"Estaba
temeroso, porque cuando presentas tu película fuera del país nunca sabes si a
la gente le gustará, es difícil de saber y estaba muy nervioso, pero ahora
estoy contento de ver que la cinta llega a otras partes del mundo, es
increíble", me expresó en una entrevista que le hice al finalizar la
función.
Con el cineasta brasileño Breno Silveira |
Basada
en un hecho real, "Gonzaga-de pai para filho" aborda la relación
conflictiva y distante de un padre y su hijo, Gonzaga y Gonzaguinha, dos grandes leyendas de la música en
Brasil.
"No
sé por qué en el fondo hablo sobre el mismo tema en mis trabajos, siempre la
historia del padre y el hijo, hasta mi padre me lo pregunta, pero yo no sé por
qué”, me comentó el también realizador de "2 Filhos de Francisco" y
"Era Uma Vez...".
Desde
que se originó como idea, "Gonzaga-de pai para filho" tardó siete
años en llegar a la pantalla, entre otras cosas porque llevó tiempo recaudar
los fondos para recrear varias épocas históricas del país, y porque requirió de
un arduo proceso para seleccionar a los protagonistas.
Así que
les recomiendo ampliamente esta cinta que logró conmoverme profundamente
porque, nos guste o no, todos hemos tenido conflictos con los padres en algún
momento.
Y
mientras disfruto del cine brasileño, me voy preparando para el ciclo de cine
argentino organizado por la embajada de Argentina. En esta ocasión, desfilarán
producciones recientes premiadas en festivales nacionales e internacionales.
¿Ustedes gustan?
Si se
animan, el ciclo se presentará en el
Instituto Cervantes de Beijing, del 6 de septiembre al 5 de octubre. Allá nos
vemos.