martes, 2 de julio de 2013

Un otoño que sabe a primavera

Los rostros que más me han sonreído en Beijing tienen arrugas, dientes manchados de sarro y la mirada curiosa de un niño. Los cuerpos que los soportan caminan lentos, pero erguidos, son delgados y extraordinariamente flexibles.

Estas figuras delicadas, que pareciera que en cualquier momento se van a romper, tienen la fuerza y la energía que les falta a los jóvenes de veintitantos. 

Para mí, los ancianos chinos son el alma de este país, su parte más auténtica.

Foto: Estela Dubei

Cantan, bailan, juegan cartas, patinan sobre hielo, andan en bicicleta, nadan en los lagos, incluso cuando están congelados, disfrutan a los nietos y se divierten con los amigos. 

Desde temprana hora están activos. Gustan de caminar en grupo, pasear a los pajaritos en jaulas de madera, practicar taichi, cantar mientras pasean, sin el menor pudor o vergüenza, y reunirse con los amigos para conversar.

Foto: Gabriela Becerra

Con los extranjeros son amables, sonrientes y curiosos. Aunque suene extraño, muchos de ellos conocen por primera vez a un foráneo cuando vienen a la capital o cuando nosotros vamos a sus provincias.

Alguna vez me contaron que un anciano en su lecho de muerte pidió a su nieto que le llevara a un  extranjero, no quería morir sin conocer a uno.

Sin la menor discreción y con el asombro con que un niño descubre el mundo, los viejos nos observan de la cabeza a los pies por varios minutos. 

Algunos se acercan y nos hablan. Su primera pregunta es “Ni cong na li lai”, que se traduce como “¿De dónde eres? Si les respondes y eres capaz de hablar con ellos al menos unas frases en mandarín, se arrancan y no paran aunque les digas que no les entiendes, porque creen que sabes el idioma por el simple hecho de balbucear algunas palabras.

Aunque la mayoría de los abuelos no sabe dónde está México, pronuncian el nombre del país como si lo conocieran de toda la vida “¡oh, oh, moxige, moxige”, y mientras lo hacen mueven la cabeza y sonríen. 

Algunos agregan “zu qiu”, refiriéndose al fútbol. Y como no son nada tímidos, te piden que te tomes fotos con ellos o se dejan retratar.


Foto: Gabriela Becerra


Y mientras los jóvenes se reúnen con sus amigos en los centros comerciales para comer o entregarse a las compras, los viejos tienen en los parques su punto de encuentro. Ahí forman grupos para cantar, ya sea himnos del Partido Comunista, fragmentos de la Ópera de Beijing o cualquier canción de música folclórica. 

También mueven el cuerpo con coreografías que monta alguien con más experiencia o bailan en pareja.

Algunos se entretienen con las cartas o el Mahjong, un juego de mesa tradicional de China, y no hay poder que los distraiga. 


Foto: Gabriela Becerra


Otros se ejercitan en los gimnasios que fueron creados especialmente para ellos y que están repartidos en las unidades habitacionales y en los parques.

Cuando los veo estirándose me siento avergonzada porque a mis 34 años no tengo la elasticidad que ellos a sus 60 o más. 

Se cuelgan de las barras gimnásticas y se mecen con fuerza. Y como son tan ligeros, toman vuelo fácilmente. Pareciera como si en cualquier momento fueran a dar la vuelta entera.

Son capaces de levantar la pierna por arriba de su cabeza y apoyarla en una barra durante minutos, parecen de goma. 

He visto como algunos se sientan en un barrote, enganchan los pies en otro y avientan el cuerpo hacia atrás, como haciendo abdominales. Otros gustan de colgar sus cuerpos de una barra, ya sea que se sostengan con las manos o con los pies, como murciélagos. 


Foto: Gabriela Becerra 


Foto: Gabriela Becerra 

A otros se les ve practicando tai chi, un arte marcial que nació en China y que es bastante popular en el país, sobre todo entre la gente de edad avanzada. Con movimientos lentos y suaves, los abuelos practican en solitario o en grupo.
 
Foto: Gabriela Becerra


“Ahora están libres, tienen tiempo de sobra”, me responden mis amigos chinos cuando les cuestiono por qué los ancianos tienen más energía que ellos a sus veintitantos. 

¿Es su dinamismo un canto a la libertad o simplemente el reflejo de una generación que creció en la auténtica China comunista, que compartía algunos valores como la solidaridad, el trabajo en equipo y la preocupación por el otro bajo el seno de familias grandes? 

Creo que son ambas cosas. Los viejos de China vivieron tiempos completamente diferentes a los que corren hoy en día. Fueron educados en la China comunista, tenían una ideología y creían en ella, pertenecieron a familias numerosas y compartieron con sus vecinos espacios reducidos, en donde no existía una cultura de “esto es tuyo y esto es mío”. 

Además, se les inculcó el principio del esfuerzo y muchos de ellos vivieron en condiciones precarias.
 
Foto: Estela Dubei
 
Nada que ver con la época que le tocó vivir a sus nietos: hijos únicos que no saben lo que es defender a un hermano o pelearse con él, para enseguida reconciliarse y prestarle los juguetes.

En China son conocidos como “pequeños emperadores” porque los padres cumplen sus caprichos y su vida gira en torno al único descendiente.

A esto hay que sumarle que el hijo único pertenece a una generación que le tocó cosechar la riqueza económica que sembraron sus antepasados con mucho esfuerzo, y que la China comunista que todavía alcanzaron a ver sus abuelos ya no existe más. Ellos son parte de la China que está siendo devorada por un capitalismo salvaje.

Pero volvamos a los abuelos. Creo que la energía y el entusiasmo que emanan se deben a la época que les tocó vivir. Pero también pienso que su actitud es un canto a la libertad. 

¿Libertad de qué? De los compromisos sociales a los que un chino se ve atado toda su vida: ser un buen estudiante, lograr un lugar en la universidad, conseguir un empleo estable, casarse con el hombre o mujer que los padres consideran conveniente, aunque no le amen, tener un hijo inmediatamente y formar una familia feliz. Y por supuesto, encargarse de que su hijo vuelva a repetir el mismo ciclo que ellos.

Por eso, cuando llegan a viejos y alcanzan la jubilación sienten que su deuda está saldada. Han cumplido con sus padres, con sus hijos, con la sociedad y con su trabajo. 

En lugar de deprimirse o esperar sentados a que la muerte vaya por ellos, los ancianos chinos salen a divertirse y a disfrutar de su otoño como si fuera primavera.


Foto: Gabriela Becerra