lunes, 14 de enero de 2013

Los beijineses "nadan" entre sustancias tóxicas


Hoy, por cuarto día consecutivo, amanezco entre una espesa nata de contaminación.

Esta escena es común para mí desde hace tres años que vivo en Beijing. ¿Qué hace la diferencia entre hoy y otros días?, ¿por qué los medios de comunicación chinos han abordado el tema cuando la mayoría de las veces han ignorado el serio problema que representa la polución?

Resulta que en los últimos días se registraron niveles récord de esmog en la capital china. El sábado 12 de enero, se alcanzaron 993 microgramos por metro cuadrado de partículas suspendidas de diámetro menor a 2.5 micrometros (son las más peligrosas porque pueden entrar en el flujo sanguíneo), cuando la Organización Mundial de la Salud considera 25 como aceptables.

Desafortunadamente, no cuento con un medidor para asegurar que los demás días han estado menos contaminados, pues mis memorias en Beijing están plagadas de días grises, donde el cielo azul ya nada vale ni interesa en una urbe donde cada vez se pasan más horas en un centro comercial que al aire libre, donde la grúa de construcción se ha convertido en un emblema, donde los elevadores suben y bajan las 24 horas del día, donde circulan casi 5 millones de autos y gran parte de los edificios se iluminan con luz neón toda la noche.

A diferencia de otros días en los que he observado la misma escena en Beijing, es decir, esa capa grisácea y espesa que me impide ver claramente a unos cien metros de distancia y en la cual caminan cientos de ciudadanos como si nada, en esta ocasión los niveles de polución registrados obligaron al gobierno chino a reconocer la gravedad del problema y a tomar medidas serias en el asunto, quizá presionado por la crítica que se generó desde fuera y dentro del país.

Después de tres días de estar “nadando” entre sustancias tóxicas, se llamó a los ciudadanos a permanecer en casa o usar mascarillas especiales en caso de salir a la calle, también se les instó a optar por el transporte público, y a las escuelas se les exigió no realizar actividades al aire libre.

Cuando llegué a Beijing creí que los cielos grises eran días nublados, había escuchado de ciudades como Londres en donde la mayor parte del año llueve y se cubre de niebla, pensé que en la capital china sería lo mismo, así que intenté renunciar al cielo pintado de nubes y a los días soleados a los que estaba acostumbrada en la Ciudad de México, y me adentré en ese mundo de niebla que le daba a Beijing un cierto aire de misterio, un aspecto fantasmagórico, incluso nostálgico.

Con el tiempo, esta imagen romántica de la ciudad envuelta en niebla se derrumbó al leer las noticias, al observar que los días soleados y despejados que pronosticaba el servicio meteorológico no coincidían con lo que veía a través de mi ventana, y a que esa nata que envolvía las calles era cada vez más densa y gris.

Desde entonces, aprendí a reconocer un día nublado de uno contaminado. Lamentablemente, estos últimos abundan en Beijing y muchos fines de semana he tenido que quedarme en casa, no sólo como medida de protección, sino porque la nata gris le resta color a las cosas, le roba encanto a la naturaleza, arruina las fotografías y me quita las ganas de pasarme un buen día.

Ayer varias voces institucionales de China alzaron la voz para proponerle al gobierno cambiar el modelo de desarrollo económico que tanto le está costando al país en materia medioambiental.

¿Se harán de los oídos sordos?, ¿estaría el gobierno chino dispuesto a cambiar el modelo de desarrollo que tan buenos resultados les ha dado, incluso ahora que están a unos pasos de convertirse en la primera potencia económica?, ¿ustedes qué piensan?